7.5.07

Neosúper

El hipermercado triunfó en los 90: el sábado, media España se ponía el chándal, empujaba el carrito y llenaba el coche, la despensa y el congelador. Pero, hoy en día, hasta Juan Palomo ha dejado de guisar, que no de comer, y los supermercados y las tiendas de proximidad se erigen en salvavidas de solteros, estudiantes, pluriempleados y demás náufragos alimenticios.

Poco queda de aquellos economatos mal abastecidos, con aspecto de almacén. En las grandes ciudades, las cámaras frigoríficas de los súper se llenan a mediodía de platos listos para llevar y comer como sea y donde sea. La visita a la panadería, la frutería y la carnicería de siempre es todo un lujo, cuando se puede comprar peor pan, peor fruta y peor carne… pero bajo el mismo techo. Sin embargo, ¡ojo, que cada vez somos más sibaritas! El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación dice que los consumidores ya valoramos la calidad tanto como la cercanía, que hace un par de años era criterio casi exclusivo.

Un supermercado desnuda a la microsociedad que lo frecuenta. En el mío, los periódicos están junto al pan (mi compra diaria); las revistas, al lado de las cajas, como los chicles y las chocolatinas (adquisiciones por impulso). Queremos ser independientes, y cogemos la bandeja de filetes crudos, por muchos nervios que tengan, antes que darle cháchara a la carnicera (que, encima, siempre está desaparecida, cuando no le toca cambiarse de bando y descabezar sin piedad una trucha). ¿Más pruebas? Los súper de lujo hace muchos años que tienen su sección de alimentos dietéticos; pues bien: últimamente, democratizarse la fiebre por la figura y llenarse las góndolas de insípidos productos light ha sido todo uno.

Las últimas en adaptarse son las cadenas de menor tamaño. Como la aragonesa Galerías Primero, que vive su particular revolución. Por increíble que parezca, las cajeras se han pasado al software libre: utilizan Linux. Pero hay más. Han desaparecido las decenas de ofertas que se amontonaban en sus anuncios a toda página en la prensa dominical; también los grandes carteles amarillos escritos a mano por el rotulista (oficio en declive) y pegados a la pared del establecimiento con cinta adhesiva roja; incluso peligran las bolsas de plástico de color granate con los característicos rombos redondeados, que desde hace décadas son el equivalente regional de los triángulos de El Corte Inglés. Por supuesto, ya han perdido la inscripción aquella de “una ciudad limpia da a sus habitantes un alto grado cultural”. Buenos somos… ¡Como para que nos diga el súper qué hacer y qué dejar de hacer!

Lo que no queremos admitir es que en él hay mucho de nosotros mismos.

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