11.3.07

Incomodidades

Si hay un político estadounidense acostumbrado a lidiar con incomodidades, ese es Al Gore. Lejos de salir quemado de la derrota electoral que sufrió en las presidenciales de 2000 –ya sabemos, aquel dudoso recuento de papeletas en Texas, que dejó al demócrata fuera de la Casa Blanca por un puñado de votos–, el que fue vicepresidente con Clinton decidió hacer algo de provecho y llevar la voz cantante en el movimiento de alerta por el calentamiento global, aun a riesgo de parecer un visionario trasnochado. Se le llega a ocurrir unos años antes, y muchos lo mandan de cabeza al saco de los milenaristas.

El caso es que se ha convertido en todo un experto en los males que aquejan al medio ambiente. Con una tenacidad a prueba de incrédulos, no sólo ha recorrido el mundo de conferencia en conferencia, ha concedido cientos de entrevistas y se ha revelado como autor de un best seller –los tres deportes favoritos de todo político retirado–, sino que también ha saltado a las pantallas con una película documental. Ahora que se ha encumbrado en el olimpo de los activistas famosos, no desaprovecha ninguna ocasión para difundir su mensaje.

Entre cámaras y flashes, se dejó ver en la gala de entrega de los Oscar, donde triunfó Una verdad incómoda, la película que protagoniza –o más bien, monopoliza–. Se alzó con dos estatuillas, en la categoría de mejor documental y, por primera vez en la historia de este género, también en la de mejor canción original. Sobre la alfombra roja, el líder ‘anticalentamiento’ promocionó su última iniciativa: los conciertos Live Earth. Visto el éxito de la oscarizada y vibrante canción de Melissa Etheridge, de mismo título que la película, Al Gore quiere valerse del lenguaje universal de la música para llegar este verano a los jóvenes de todo el mundo, siguiendo la estela de Bob Geldof y Bono, impulsores de los históricos Live Aid y Live 8.

Los que pertenecemos a la ‘generación MTV’ podemos elegir: nos resignamos a sufrir lo que pronostica Gore –entonces, bien negro lo tenemos–, o enarbolamos la bandera verde de la sostenibilidad, antes de que el ‘medio ambiente’ se convierta en ‘medio hostil’. Pero Al Gore no quiere quedarse en estrella del ‘buenrrollismo’, que no le acompaña la edad ni la figura. Bien sabe que, para cambiar el mundo, no sólo hay que convencer a muchos que mandan poco –que también–; lo decisivo, y lo que más le va a costar, es atraerse el compromiso del selecto grupo de los que cortan el bacalao. Todos tenemos mucho que perder con el calentamiento global, pero a quienes más les incomoda la ‘verdad’ de Al Gore es a los países y a las empresas que contribuyen en mayor medida a subir la temperatura del planeta. Con ellos tiene que demostrar ahora su poder de convicción.

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