23.3.07

Euroterapia

El domingo se cumple medio siglo de la firma del Tratado de Roma, el documento que consagró aquello de “juntemos el continente por la cartera, que ya le seguirá el corazón”. ¿Qué nos une a los europeos de hoy en día: la enseña, el himno y las instituciones, o más bien el festival de Eurovisión, las becas Erasmus y la Champions League?

La bandera de fondo azul es la misma para los veintisiete (Bulgaria y Rumanía: bienvenidos al club), pero los miembros más veteranos no quieren soltar el papel de estrella. En cuanto al himno, al menos en nuestro país, la Oda a la Alegría se asocia más al incombustible Miguel Ríos que a su compositor original (Schiller, que no Beethoven), así que no me quiero imaginar lo que opinan por ahí. Y estoy convencido de que participamos en las elecciones al Parlamento Europeo para quitarnos el mono de votar: de esa cámara sabemos que los diputados viven muy bien, y poco más.

Así que no queda otro remedio que pensar en lo que nos une más allá de la política. Por ejemplo, la Copa de la UEFA y la Champions League. Ir por ahí humillando a los futboleros de medio continente quizá no sea la mejor forma de hacer amigos, pero entre que nuestros equipos últimamente no andan muy sembrados, y que muchos españoles no habrían salido de la península de no ser por fidelidad a la escuadra de sus amores, está claro que coger un avión para plantar cara a los hooligans es otra forma de hacer Europa.

Y hablando de los asuntos del corazón, dicen que el programa Erasmus es el mayor rompeparejas que ha conocido el Viejo Continente. El curso que viene, los universitarios que quieran acabar con su amor de toda la vida (adolescente) lo tendrán más fácil que nunca, porque se multiplican las plazas y el presupuesto. Ironías aparte, no hay duda de que este programa de intercambio une a jóvenes de todas partes de Europa. Veinteañeros, con ganas de marcha, en tierra desconocida… y pasa lo que pasa, que se acaban estrechando lazos.

Aunque, para apoyos mutuos, los de las repúblicas del Este en las votaciones de Eurovisión. Estos ya venían con la fraternidad puesta antes de participar en el concurso, pero no han tardado en comprobar que pocas cosas unen más que hacer el ridículo en directo y ante cien millones de espectadores. En momentos de crisis comunitaria, habría que suspender la cumbre y llevarse a los ministros a un karaoke.

En Bruselas creen que una sola frase condensa todo el espíritu de la aventura europea: “Unidos en la diversidad”. Hablando en plata: todos hermanos, pero cada uno de su padre y de su madre.

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18.3.07

La chaqueta soy yo

La americana de pana de Felipe González. La minifalda de Isabel Tocino. La chupa de cuero de Trinidad Jiménez. Y no olvidemos las sensaciones que nos dejó 2006: a principios de año, la chompa de Evo Morales, y en la temporada primavera-verano, el bañador de Ségolène Royal. Mal que les pese, hay políticos que marcan tendencia. Y en esto, los occidentales no están solos: la chaqueta de Mahmud Ahmadineyad se ha convertido en parte inseparable de su imagen pública, y en una de las prendas más recurrentes en los mercadillos de Teherán.

Meses después de que diera el salto a la presidencia de la República Islámica de Irán en verano de 2005 –era alcalde de la capital–, su blazer beis se convirtió en el básico que no podía faltar en ningún bazar –él mismo también los compra allí–. Llamarle ‘americana’ sería un contrasentido, toda vez que el señor Ahmadineyad ha ascendido en tiempo récord a la categoría de bestia negra de Bush –ya se sabe, las amenazas nucleares ponen nervioso a cualquiera–.

Al contrario de lo que sucedió con el atuendo del expresidente González, parece que la clase media de la capital iraní no se ha lanzado en masa a incluir entre su vestuario la ‘Ahmadinejacket’ –este neologismo, acuñado en internet, ya ha saltado a las páginas de alguna revista internacional–. Los vendedores aseguran que disfrazarse de Mahmud abre muchas puertas, pero ya sea porque da un aire un poco cutre, o simplemente porque es ‘made in China’, la chaqueta del doctor en organización del tráfico que preside Irán no termina de hacer fortuna. Ni siquiera el ridículo precio anima las ventas, por más que llevarse todo un icono de la moda política por cinco o diez míseros dólares sea una ganga, de aquí a Lima –o al mismo Teherán–.

Volvamos a casa. En poco más de dos meses tenemos elecciones autonómicas y municipales, y como los territorios de provincias están ya más o menos repartidos, todos miramos con atención la batalla de Madrid. A la alcaldía se presenta por el PSOE un perfecto desconocido, Miguel Sebastián, que se enfrenta al desafío de que los madrileños le pongan cara.

Si no sólo quiere salir mucho en las tropecientas horas que Telemadrid dedica a las noticias, sino también destronar a Gallardón, ya puede ir desechando la estrategia de la chaqueta. A su predecesora, Trinidad Jiménez, le catapultó a la popularidad, pero no le bastó para alcanzar el cargo de alcaldesa. Aun así, ningún político debe olvidar que el hábito no hace al líder, pero ayuda –y mucho– a que lo recuerden.

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11.3.07

Incomodidades

Si hay un político estadounidense acostumbrado a lidiar con incomodidades, ese es Al Gore. Lejos de salir quemado de la derrota electoral que sufrió en las presidenciales de 2000 –ya sabemos, aquel dudoso recuento de papeletas en Texas, que dejó al demócrata fuera de la Casa Blanca por un puñado de votos–, el que fue vicepresidente con Clinton decidió hacer algo de provecho y llevar la voz cantante en el movimiento de alerta por el calentamiento global, aun a riesgo de parecer un visionario trasnochado. Se le llega a ocurrir unos años antes, y muchos lo mandan de cabeza al saco de los milenaristas.

El caso es que se ha convertido en todo un experto en los males que aquejan al medio ambiente. Con una tenacidad a prueba de incrédulos, no sólo ha recorrido el mundo de conferencia en conferencia, ha concedido cientos de entrevistas y se ha revelado como autor de un best seller –los tres deportes favoritos de todo político retirado–, sino que también ha saltado a las pantallas con una película documental. Ahora que se ha encumbrado en el olimpo de los activistas famosos, no desaprovecha ninguna ocasión para difundir su mensaje.

Entre cámaras y flashes, se dejó ver en la gala de entrega de los Oscar, donde triunfó Una verdad incómoda, la película que protagoniza –o más bien, monopoliza–. Se alzó con dos estatuillas, en la categoría de mejor documental y, por primera vez en la historia de este género, también en la de mejor canción original. Sobre la alfombra roja, el líder ‘anticalentamiento’ promocionó su última iniciativa: los conciertos Live Earth. Visto el éxito de la oscarizada y vibrante canción de Melissa Etheridge, de mismo título que la película, Al Gore quiere valerse del lenguaje universal de la música para llegar este verano a los jóvenes de todo el mundo, siguiendo la estela de Bob Geldof y Bono, impulsores de los históricos Live Aid y Live 8.

Los que pertenecemos a la ‘generación MTV’ podemos elegir: nos resignamos a sufrir lo que pronostica Gore –entonces, bien negro lo tenemos–, o enarbolamos la bandera verde de la sostenibilidad, antes de que el ‘medio ambiente’ se convierta en ‘medio hostil’. Pero Al Gore no quiere quedarse en estrella del ‘buenrrollismo’, que no le acompaña la edad ni la figura. Bien sabe que, para cambiar el mundo, no sólo hay que convencer a muchos que mandan poco –que también–; lo decisivo, y lo que más le va a costar, es atraerse el compromiso del selecto grupo de los que cortan el bacalao. Todos tenemos mucho que perder con el calentamiento global, pero a quienes más les incomoda la ‘verdad’ de Al Gore es a los países y a las empresas que contribuyen en mayor medida a subir la temperatura del planeta. Con ellos tiene que demostrar ahora su poder de convicción.

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